En månad en los tiempos del Covid

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Usualmente, no me siento bien después de llegar de un viaje hasta que tomo una ducha. Necesito un buen restriego de jabón para quitarme el proverbial polvo de la carretera. Sin embargo, ya no hay carretera. En el siglo XXI, un viaje de 7534 km es una aventura tan mundana que su duración entera se pasa viendo películas, leyendo parte de un libro o durmiendo. Eso es, claro, hasta el 2020.

La pandemia ha cambiado la forma como trabajamos, nos movemos, interactuamos y hasta algunos detalles escatológicos que deberieron permanecer privados en mi opinión (el frenesí del papel higiénico en Marzo fue tan ridículo que fue mi único entretenimiento gratis en el borroso año pasado). Sólo para viajar a mi nueva ciudad de Gotemburgo, tuve que agendar y tomar dos exámenes nasofaríngeos (PCR y antígeno rápido), asilarme por diez días antes del viaje, tilizar máscaras KN95 por 23 horas seguidas durante ambos vuelos y la escala en Países Bajos, y una cuarentena preventica de siete días antes que pudiera registrarme con el gobierno. Todo esto sin mencionar la infinidad de factores externos, pasajeros poco cooperativos, migración, aduana y el resto de incomodidades bajo el sol.

Capturas de un viaje en tiempos del Covid

No es complicado imaginarse persistente de aquel día entero desde que salí de mi hogar en Bogotá. Aunque llegué más exhausto que estresado, una vez me encontré con la cara sonriente del conductor enviado por la universidad a recogerme. Aparentemente, había sido el primer día despejado en varias semanas, como orquestado por el pueblo portuario de medio millón de habitantes para darme la bienvenida.

Viniendo de una urbe de diez millones de almas donde una diligencia bancaria puede tomar entre quinca minutos y cinco horas, es alentador ver calles pequeñas con tráfico ligero y atravesadas por dos pares de rieles por donde pasa el tranvía. Mi habitación resultó tener más en común con los hoteles estándar en donde uno se queda para una conferencia que la residencia estudiantil escuálida y de pintura pelada a las afueras de París en la que viví hace dos años. Aunque agradecido por la mejora, extraño el carácter perestroiko que los páneles de concreto, baños compartidos y estufas de gas inseguras le daban a ese lugar. El edificio en el que estoy ahora es muy agradable y lo único que parece deshojado es la ocasional página amarillenta que se cae de alguno de mis diarios. Así pues, tras la multitudinaria anticipación y culminación del viaje, caí pesado en la cama el viernes 26 de Febrero.

No es mi primer viaje a Gotemburgo. En un giro fortuito, vine a parar al mismo lugar en el que hice parte del equipo de Colombia en el Torneo Internacional de Físicos en 2017. Ese concepto vagamente definido que mi madre adora conjurar llamado destino de verdad tiene un sentido fantástico del humor, en caso de existir. De la misma manera, cuando me desperté temprano la mañana siguiente y busque en Google Maps el lugar más cercano donde desayunar, sólo pude reírme cuando me mandó a La Delicia, un café colombiano.

Sin entrar en muchos detalles sobre mi hipótesis de la colombianización de nuestro entorno mientras vivimos en el exterior, puedo decir con confianza que La Delicia parece arrancado del medio de Bogotá y enraizado en la arquitectura europea para el disfrute de nuestros amigos suecos. Entonces, después de satisfacer mis necesidades nostálgicas de menos de dos días, me fui a dar una vuelta por el pueblo con alguien que conocía de antes. Tan pintoresco y pequeño como lo recordaba, es perfectamente plausible hacer una cita con sólo media hora de anticipación desde el otro lado de Gotemburgo y cumplirla al minuto exacto con el excelente sistema de transporte público (que hasta el sol de hoy no he usado por el corona, pero otras personas con quienes me que he encontrado sí). Mi dirección queda a sólo quince minutos del centro de la ciudad, entonces nos dimos una vuelta a través de los puntos de interés convencionales y algo de adelantar cuaderno, terminando con Phở, una sopa vietnamita que se lleva al trofeo a la mejor sopa internacional fuera de mi amado platanal.

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